Rumbo a la Hacienda de Panoaya
¿Alguna vez vieron Elizabethtown? Espero que sí, y si no fue así bueno la película te transporta a trayectos similares a los que hoy transitamos. Una especie de combinación entre pláticas, chacota y hasta análisis de signos zodiacales como LEO.
Pero, cómo es ello, cómo sucedió. Bueno la travesía inició en un punto, cercano a la zona de Santa Fe, donde los corporativos se funden con las calles desangeladas del impacto de la globalidad. La zona era una estación del metro, que no era la de Balderas, como diría El TRI, porque fue la estación Observatorio.
El conclave se preveía estuviera listo a las 8:30 de la mañana. Pasaron unos minutos y luego llegaron todos. Y ya una vez instalados en una camioneta beige, marca Nissan, sin duda una todo terreno, no por tanto que fuese una Lobo, pero sí "Todo terreno" porque su conductora ha roto con velocidades superiores a los 120 Km/h (como su sirvelleta, defensivamente prefiere manejar) las distancias inimaginables, como por ejemplo, romper los promedios de velocidad alcanzados en distancias desde el DF hasta Durango, en tan sólo unas ocho horas.
Tomamos Viaducto, la travesia empezó con una sonoridad nula. Al cabo de una hora o algo similar, la plática nos llevó a recorrer facetas de mis acompañantes que rememoraban frases estampadas en una generación de periodistas tales como "Oye y tu qué recomiendas", "Ay (fulanito de tal) faltará mucho","Todos se habían ido de shopping, y yo me quedé en Tijuana"
Atravesamos abordo de la "Todo terreno" caminos mexiquenses cuyos extremos incitaban peligrosamente nuestros estomagos y, en el caso personal, la repetitiva necesidad de tomar ese brebaje que es bien conocido por una añeja fotografía donde un par de compadres recargados en la pared brindan con dos tarros de esa lechosa y espesa sustancia hecha del maguey mexicano.
La cuestión no sólo quedaba ahí, el camino no sólo amedrentaba nuestras gargantas, también los apetitos. Una serie de puestos que anunciaban "Ricos tamales", "Konejo enchilado" (término que causaba confusión para la oriunda sonorense), enseguida la serie de anuncios se terminaron, y acto seguido, mi hambre medianamente se disipó.
Seguimos y parkeamos la "Everyway" en el parque donde se podía acariciar los venados, pero ellos también te podían dar un regalito en la mano, una buena baba salina, en algunos casos ácida y corrosiva, afortunadamente los dromedarios estaban lejos de nosotros.
Terminamos con los animales y luego nos enfilamos a la Hacienda de Panoaya, lugar donde vivió Sor Juana en su niñez. El museo era realmente mágico, sobre todo la cosina, pero advierto era la sensacion de que en esa cocina se preparaban los alimentos que horas más tarde ingeriríamos.
La estancia nos llevó desde caminar por sendas encantadas, laberintos de corte inglés, pedaleos en lanchas, arrojos desde tirolesas y ambigús de tortas oaxaqueñas con cocteles defeños de frutas varias.
El espacio de recreación había terminado y salíamos rumbo a saciar nuestros antojos. El lugar era de "Aguuussstin", donde los sabrosos manjares como un mixiote era la sorpresa para Olguita y Sandra Romandía. Luego seguirían un buen conejo enchilado, o mejor dicho, "ayyyy... eso está muy shiloooooooso".
Terminamos los platillos y tomamos camino hacia el DF. Ahí fue cuando la nula sonorización que habíamos tenido en la ida se terminó, pero talvez ahora que escribó estas líneas, el simple hecho de recordar las rolitas que cubrieron nuestro regreso a la Capital del País revistieron un buen fin de sábado.
3 Comments:
curioso y divertido. Me gusta como se ve mi nombre... y no es chiloso! es ENCHILOSO!!!! jajajaja.
Espero más de esto
cosina?????????????????????
Señor Iván:
No tengo la menor idea quién es Sandra Romandía, me parece que usted adolece de buenos oficios. Le pido un favor, la señora Romandía -de la cual he leído otros artículos -jamás escribiría cocina con "s", tenga un poco de respeto.
Jorge Rodríguez
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